Te atragantaste. Paraste
penaltis. Hiciste el amor a ciegas. Limpiaste cristales. Escribiste mal. Leíste
partituras. Mentira: jamás leíste partituras. Quisiste pasar del recuerdo a los
hechos. Aún hoy podrías limpiar cristales correctamente.
Hay una trayectoria y velocidad que, engarzadas
adecuadamente, tornan inútil cualquier esfuerzo. Bien lo saben los boxeadores,
los porteros de fútbol y algunos hombres casados.
Se coló por ese rincón al que sólo llegan a tiempo los
porteros cuando sueñan que llegan a tiempo de evitar el gol.
Todos sus abrigos eran abrigos de
zorra. Así la recuerdas. No te hace ilusión que ocurra esto. Que después de tantos
años compartidos, y después de tantísimos de distancia, se te ocurran frases
como ésa cuando piensas en ella. Pero no quieres sentirte culpable de que tus
pensamientos piensen por su cuenta. Ellos tendrán sólidas razones para rumiar
lo que rumian. Lo que te falta es tener que salir en defensa de tus
pensamientos. Lo que faltaba, vamos. Si creyeras que no todos sus abrigos lo
eran de zorra, podrías partirle la cara a tu cabeza. Pero no es el caso.
El despecho es un sentimiento
larguísimo.
Alguna mañana, recuerdas, el olmo
te dio peras.
Cuando despertaste, el mundo tal
y como lo habías concebido hasta entonces había desaparecido. Sólo te pareció
más inconcebible haberte quedado dormido. A tu lado dormía, aún desnuda, la
primera vez. Sentías que la epifanía había tenido un comienzo y jamás tendría
un final. Pero pronto supiste que habría una segunda ocasión. Y a partir del
tercer encuentro, las ocasiones sucesivas serían, con suerte, como la segunda vez.
La vez dieciocho, por ejemplo, se parecerá a la segunda. La trigésimo séptima,
a la segunda. Con suerte.
Has encontrado a alguien a quien
confesarle que ahora -en este preciso instante, ahora que todo el mundo está a
punto de hacer silencio, justo ahora que van a quitarte las paredes, los
adornos, el ánimo y la fe, ahora mismo que eres consciente de que estás más
solo que la una y que este segundo puede no ser más que el preludio de una
desoladora eternidad, ahora mismo, ahora ya, ahora el último ahora- ella es la
única conocedora de tu entrañable información, y no va a utilizarla para
hacerte daño. Ni ahora ni nunca. No es poca cosa, ¿eh? A ver si te enteras de
que no es poca cosa tener a alguien a quien decirle que te estás muriendo de
miedo, sabiendo que no hará más que temblar contigo y guardarte el secreto.
Vaca de buen ver busca pareja
establo.
Me gusta el del portero muriéndose de miedo en el establo con el abrigo de zorra.
ResponderEliminarEl despecho y el deseo no satisfecho.
ResponderEliminar(preguntas sin respuestas)
El resto es concreción.
(lo finito: lo vulgar)
A veces te pones sesudo, joder. Hace años me pase mucho tiempo dándole vueltas a "El miedo del portero al penalti" y ahora vienes tú a desvelarme otros secretos. Te digo esto porque estaba llegando a una conclusión parecida a la de LOWON, pero no puedo mejorar la suya.
ResponderEliminarAbrazos
Tuve que venir aquí para recordar que, efectivamente, alguna mañana el olmo dio peras, de ésas que no probaba desde ni se sabe. Y sabían a alguna cosa que debo haber olvidado. Lo que no olvidé es que no estaba solo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me gusta.
ResponderEliminarSuele haber mucha diferencia entre la primera vez y las otras, pero casi me atrevería a decir que suele haber aún más entre la última y las otras. Cuando querría que primera y última fueran la misma, es que prefiero las otras.
ResponderEliminarQuizás escriba sobre esto algún día, pero la primera vez se queda aquí.