Los millones de veces que la acariciaste se pueden contar con los dedos de una mano.
Sin salir de esa
habitación en setenta y cinco años, el espejo había visto cosas que uno sería
incapaz de contar en su presencia. Por eso, antes de comenzar a hablar con tu
hija, tapaste el espejo con un trapo. Comenzaste por decirle a tu pequeña –ya
no tan pequeña- por qué razón acababas de hacer eso con el espejo.
A un amigo tuyo se le
muere un amigo. Lo sientes por tu amigo. Se lo dices por teléfono. Cuando
cuelgas, también comienzas a sentirlo por ti.
El escritor ciego se enfrenta a
la página en negro.
El escritor ciego escribe a mano. Su secretaria le pone los puntos sobre las ies.
El escritor ciego tiene un perro guía que le impide salirse de los márgenes.
El escritor ciego se quita las gafas negras para no ser reconocido por sus personajes.
Cuando suena la música, el escritor ciego comienza a brailear.
El escritor ciego escribe a mano. Su secretaria le pone los puntos sobre las ies.
El escritor ciego tiene un perro guía que le impide salirse de los márgenes.
El escritor ciego se quita las gafas negras para no ser reconocido por sus personajes.
Cuando suena la música, el escritor ciego comienza a brailear.
Llegas a creer que esta densidad
mañanera es culpa de todo lo que te ocurre. Hasta que alguien te llama –alguien
a quien puedes llamar querido- y te
cuenta, entre chistes amargos, que basta con salir a la calle, o con haber
cogido esa llamada, para comprender que la culpa es de este clima y no tuya. Tu
estado de ánimo, según te ha hecho creer tu voz amiga, es el estado del tiempo.
De un determinado tiempo. Una previsión que no cambia desde hace meses. Ahora
que haces el primer pis del día, estás a punto de desbarrar por símiles con
tormentas, anticiclones, isobaras. Afortunadamente, te reprimes. Sales a la
calle y el sol que radiaban por la radio, mientras te duchabas, efectivamente emite
su radiante luz. A las dos calles casi te engañas al convencerte -¿o te convences al engañarte?- de que el
clima, o tal vez el mundo –el mundo conocido, el que llevas masticando
desganadamente durante meses- ha cambiado para siempre. Pero mientras esperas
que un semáforo te de la razón, comprendes que nada ha cambiado. Recién
entonces, cuelgas el teléfono justo después de prometer que volverás a
llamarla. O a llamarlo. Pronto.
Idea para un relato. Un día un
tipo se despierta convertido en insecto. Que lo siga Paulo Coelho.
Caimán busca caiwoman. Fines serios.